sábado, 15 de abril de 2017

DONDE LA NOCHE SE ADENSA


En estas noches de rituales fúnebres y emociones ancestrales, mostradas, con sobriedad castellana, por sus calles, nos gusta pasear por la ciudad vieja, y recorrer las calles más penumbrosas, deshabitadas, apenas transitadas, donde nunca llegan las recuas de turistas ni sus trajines gregarios, para adentrarnos, otra vez, en un paisaje urbano tan real, y tan onírico, como las geografías literarias que me empeño en describir. 
Y mientras buscamos penumbras, texturas en la pátina vieja de la ciudad, olores y rumores seculares, caminamos por los senderos del silencio, cuando la noche se adensa en las estrechuras de las calles vacías y en los edificios ya ajados por los siglos y el olvido. Son lugares apenas habitados, donde encuentran cobijo algunos desheredados, orillados de la vida y de la luz, sombras que a veces surgen en la noche crecida de los callejones, cobertizos y adarves; ocupas de casas resquebrajadas, habitantes de sótanos umbríos, de refugios agrietados donde ya han fermentado la soledad y el abandono. Sombras mimetizadas en el paisaje de la herrumbre y la carcoma. Miradas de humedad y bermellón que aún resisten a la devastación incesante que las acecha.

Y en este paseo por el corazón del laberinto urbano, cuando sentimos cómo el silencio y la noche reverberan en las calles más recónditas y vacías, a veces sentimos el estremecimiento que nos provocan todas las presencias y las sombras que palpitan en esta ciudad mágica y vieja. 
 Francisco de Paz Tante 

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