domingo, 6 de marzo de 2016

ESTAMPAS DE LA CRISIS


Hicieron folletos con ilustraciones idílicas: imágenes de edificios rodeados de jardines edénicos y frondosos árboles, bajo los que paseaba una pareja feliz con sus dos niños –chico y chica- sonrosados, mientras observaban su casa bajo un cielo muy azul en el que se atisbaba un futuro de ensueño, repleto de armonía y clorofila. Luego, con la crisis, muchos de aquellos sueños sólo quedaron en tristes esqueletos grises de hormigón, ya inacabados, y en juicios y encarcelamientos para promotores sin escrúpulos y alcaldes untados que recalificaron terrenos en barbecho y principios éticos en erial.

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sábado, 5 de marzo de 2016

OTRAS "LLUVIAS AMARILLAS"

Desde que leí “La lluvia amarilla”, de Julio Llamazares, y estudié en la universidad geografía rural, la literatura del abandono, de los paisajes y de los pueblos deshabitados, ha estado muy presente en mis lecturas y en mi escritura. Por eso, con estas imágenes de Caudilla, un pueblo abandonado próximo a donde yo vivo, he rememorado algunos pasajes de esta literatura de la desolación, en la que a veces me adentro con interés y pasión.

EL FLUIR DE LA VIDA

Me acuerdo de las texturas, los colores y los olores de entonces. Recuerdo la tierra apisonada de las calles, siempre horadada, rayada, arañada, cuando jugábamos a los santos, a la pica, al calderón, a la trompa, al gua. Luego, cuando las calles se cubrieron de hormigón y asfalto, a la vez que los regueros de las lluvias, los charcos y el barro, desaparecieron aquellos juegos en la calle, sobre la tierra, que ahora, al ver la foto del pueblo durante aquellos años, evoco con una nostalgia tan vieja como mi vida misma.

RETRATOS: UN CUENTO DE NAVIDAD

Asomado a la ventana, veía las luces de la Navidad. También veía cómo el viento dejaba sobre el cristal briznas de hierba seca y temblores de hojarasca. 
Él conocía bien los aires de diciembre, su recuerdo lo tenía incrustado en su memoria vieja, después de tantos años trabajando en el campo. Lo nuevo era aquel aliento frío y denso de la soledad, que no cesaba de crecer desde que sus hijos lo dejaron con aquellas monjas de Santa Casilda, y que ahora, al ver cómo palpitaban en la calle las luces de la Navidad, aún arreciaba más.
Por eso se había colocado sobre las piernas una caja de cartón, en la que empezó a escarbar, entre los retratos que allí guardaba, ya amarillos, como hojas muertas. Para no sentirse tan solo.
Francisco de Paz Tante